Recuerdo claramente la estrategia de «Julito» Grondona. Organizó el 29 de junio de 2004 un partido amistoso entre la selección argentina Sub-20 y su similar de Paraguay, con un solo objetivo: llevarse una perla. Y es que, en aquel entonces, España quería hacerse de la estrella de la cantera del FC Barcelona, Lionel Andrés Messi. Uno puede preguntarse ahora, ¿para qué tanto trámite, para el actual trato?

Ese «pibe» con una deficiencia de crecimiento, que no encontró la cura en su patria porque nadie quiso poner el dinero, pensando en una inversión futura, tuvo que dejar su país a corta edad. Que pocos visionarios que son los «ches». Su padre tuvo que llevárselo a Barcelona para que pueda cumplir su sueño de jugar al fútbol.

Hace 12 años ya que Messi viste la camiseta «albiceleste», pero no por una obligación, sino por convicción. ¡Gran debut! La «pulga» recibió la pelota en el medio campo, encaró a dos marcadores, los superó sin ninguna dificultad, pasó sin problemas al golero y definió. ¡Golazo!

¿Cuántas de estas joyas no le regaló a los amantes del fútbol?

Pero la ingratitud es grosera y olvida. Ahora nadie recuerda que es el máximo goleador de la selección argentina con 55 anotaciones en 111 duelos, promediando un gol cada dos partidos. Superó nada más y nada menos a «Batigol». Pero el ingrato no lo recuerda.

El ingrato solo tiene en la mente que ha disputado cuatro finales de torneos internacionales, todas con un saldo negativo. Pero, ¡qué registro! En nueve años (entre 2007 y 2016) jugar tres finales de Copa América y una de un Mundial no debe ser fácil de conseguir.

Solo se le recrimina. Vivimos en una odiosa, pero constante, competencia comparativa en nuestra sociedad: ¿cuándo fue mejor que hoy?, ¿quién superó a quién? o ¿quién es mejor que?

Que simplista es el análisis. Cuando nadie profundiza y destaca que nadie es igual a nadie y en esa diversidad, se encuentra los momentos mágicos, en este caso, del fútbol. ¿Maradona o Messi, quién es mejor? Que pregunta para estúpida. Quisiera verlo al «Pelusa» correr con el nivel de exigencia físico de la actualidad. No se puede negar lo maravilloso que fue, pero ubicándolo en su contexto y bajo sus condiciones. Del mismo modo sucede con «Lio».

El nivel de debate y de reflexión es muy superficial. Porque solo en la derrota se destaca a una figura para hacerla responsable del fracaso. En algún momento nos olvidamos que el fútbol era un juego y, además, de equipo. No estaba solo en el campo de juego en ninguna de esas finales.

¿Cuándo se perdió la ilusión del infante que se divierte con la pelota junto a los amigos? En algún momento, lastimosamente, se jodió la esencia del fútbol.

Que se vaya Messi, porque los ingratos escriben el bien en el agua y el mal en la piedra.

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