Llevo 42 años en esta maravillosa profesión de periodista deportivo. Desde mi niñez he convivido con los furibundos ataques del virus del fútbol, una ‘enfermedad terminal’ que contradictoriamente me llena de salud y bienestar. Nací pegándole a la pelota desde que estaba en las entrañas de mi madre, que pertenece a una familia de futboleros de hueso colorado. Mi añorado abuelo, José Molina Villacís, era un amante del fútbol a tiempo completo. Tomado de su mano generosa, conocí el desaparecido estadio de El Arbolito, allá por los finales de la década del 60. Cobijado por su amor me convertí en un retazo humano del cemento del Atahualpa. Agarrado a su bondad, llegué a los 9 años al viejo y querido estadio Modelo de Guayaquil, una noche en la que jugaban Patria y 9 de Octubre. El Patria de los hermanos Mawyin y del ‘Platillo Volador’ Nelson Auria, un puntero rápido y cimbreante que llegó en 1967 a engrosar las filas de Nacional, para convertirse en parte de la inolvidable ‘Maquina Gris’, que se trepó por primera vez en el cielo del fútbol ecuatoriano.

He visto fútbol desde 1960 y tengo innumerables capítulos para contar. El primer grito de gol que quedó grabado en mi mente fue el fenomenal ‘sombrerito’ que Ernesto Guerra Galarza colocó en el arco de la selección argentina defendido por Néstor Errea. ‘El Flaco’, pionero de los arqueros que abandonaban los palos para mostrar sus artes de suicidas y malabaristas. Fue en el choque Selección de Pichincha ante la Selección Argentina, que le había pegado una revolcada de novela a la Selección Ecuatoriana con un 6 a 2 lapidario en partido válido por las Eliminatorias para el Mundial de Chile 1962, que fue la primera que jugamos, persiguiendo el sueño de asistir al banquete mayor. Aquella selección en la que jugaban los más grandes cracks rioplatenses de la década, tenía como gran figura al ‘Nene’ José Francisco Sanfilippo, un petiso astuto y malhumorado que mordió la impotencia aquella mañana del 6 de diciembre de 1960, en la primera jornada memorable de nuestro balompié, que no había ganado nada en el plano internacional.

El partido fue manchado por los argentinos, que cepillaron sin compasión, encontrando en la casta de los jugadores pichinchanos, la ‘horma de su zapato’. La mecha del escándalo se prendió, porque el ‘Nene’ que de ingenuo y bondadoso no tenía nada, tiró por los aires la maleta del kinesiólogo de la Selección de Pichincha provocando el enojo de los jugadores quiteños, que encabezados por el querido ‘Trompudo’ Guerra, zamarrearon a los gauchos, que terminaron mordiendo el polvo de la derrota. Mi abuelo, ‘Papi Moli’, así le decía yo cariñosamente, salió del Atahualpa con una sonrisa que le desbordaba su cara repleta de bondad..¡Que golazo del Trompudo! ¡Y que joyita el zapatazo de Mario Zambrano!, pronunció mientras dejábamos las gradas de la General, en medio de la algarabía del público capitalino, que celebró el día de Quito a lo grande. Con un triunfo inolvidable que quedó estampado a fuego en mi incipiente conciencia futbolera. Creo que esa tarde maravillosa, de la que han transcurrido 54 años fue la culpable de meterme de cabeza en el maravilloso y mágico Planeta del Fútbol. Y claro, vivo agradecido por semejante fortuna.

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